jueves, 19 de mayo de 2011

Byron: ¡No sea sapo!


Sabía que Byron tramaba algo raro, entonces decidí seguirlo esa noche. Él salió de su apartamento a media noche y se metió al carro de unos tipos, creo que eran de la mafia  venezolana. Dieron vueltas por horas hasta que a eso de las 3am pararon a las afueras de la ciudad, allí donde hay un humedal. Lo sacaron a golpes y tras un forcejeo más bien breve lo echaron al agua y dispararon contra él. Me pareció ver su sangre en el agua turbia. Pasaron varios minutos, yo estaba estupefacto, retraído en la imagen. En ese momento apareció uno de los tipos que le dispararon a Byron y me sacó del carro. Me cogió por la espalda y metió mi cabeza al humedal. Todo fue muy rápido, apenas logré escuchar el croar de las ranas. Por un momento pensé en que moriría, pero no se me ocurrió que iba a preferir  la muerte a mantener la cabeza ahí por medio minuto.

 La primera vez que metieron mi cabeza al agua un sapo rozo mi cara. ¡Por dios, un sapo! Un animalejo de esos rozo mi rostro con su piel seca y verrugosa. Lo miré a sus ojos con pupilas horizontales e irises doradas. Fue asqueroso, horrendo. Comencé a gritar estando bajo la superficie. Deje escapar todo el aire en un solo gemido. Quería que una bala atravesara mi cráneo y esparciera los fragmentos de hueso y sesos en el agua. Sacaron mi cabeza del humedal cuando se percataron de mi extrema desesperación. Apenas tuve tiempo de inhalar. Me volvieron a zambullir. Esta vez cerré los ojos, pero imaginé como cientos de miles de sapos me miraban con desprecio y saltaban hacia mí mientras el veneno blanquecino salía de detrás de sus ojos. En vez de morir por ese veneno prefería ingerir yo mismo 3 litros de ácido de batería o lejía que carcomiera mis tripas. Pasó un minuto y medio cuando me volvieron a sacar de ese infierno. Estaba llorando como niñita. Mi espíritu estaba quebrado cuando escuché la voz de Byron diciendo: No me vuelvas a seguir pedazo de marica.